Una jornada diferente

Había llegado la hora, ya sonaba con fuerza la bocina indicando que se acercaba la hora de partir rumbo a un fin de semana  de paz y tranquilidad, que tanta falta hacen a veces para minimizar los efectos de esta vida llena de stress y prisas.
Aunque no sea un amante del carpfishing, pues mi verdadera pasión es la pesca de depredadores, sí que lo soy de todos los aspectos que rodean este tipo de pesca y, muy especialmente, de la posibilidad de disfrutar del más absoluto de los sosiegos en alguno de los recónditos rincones que esconden nuestros embalses, pues permanecer varios días en contacto total con la naturaleza, sin más que hacer que descansar y disfrutar de los amaneceres y atardeceres en esos idílicos entornos y dejando transcurrir las horas entre charlas y risas con los compañeros de aventura, mientras se espera que alguna de las alarmas comience con su característico y agudo sonido, seguido del chirriar de un carrete del que sale la línea a toda velocidad, es un auténtico placer.
No obstante, siendo Sierra Brava el destino elegido, embalse en el que he vivido algunas de las experiencias más bonitas e inolvidables de mi vida ,en cuanto a pesca del bass se refiere, se me hacía totalmente impensable no llevar al menos una caña para tantear a los depredadores que esconden sus aguas y, por ello, a última hora y ya con todo cargado, bajé sin pensarlo dos veces para regresar llevando conmigo una caña, un carrete y un pequeño surtido de señuelos, puesto que mi intención  era única y exclusivamente descansar y desconectar de todo por unos días y con ese reducido arsenal debería tener más que suficiente.
Una vez reunidos con los dos amigos que faltaban, comenzamos el viaje con un incomodo compañero de viaje, una lluvia persistente que, haciendo buenas las predicciones que habíamos consultado justo unas horas antes, nos acompañaría durante el resto de esa jornada y gran parte de la siguiente.
El trayecto, como suele ocurrir siempre que se va en tan buena compañía, se hizo corto con las correspondientes batallitas y anécdotas que nos habían ido ocurriendo durante las últimas semanas y, en un abrir y cerrar de ojos, se mostraba ante nosotros el mismo camino de tierra arcillosa y rojiza que tantas y tantas veces hemos recorrido para vivir los días de éxito absoluto y fracaso rotundo con los que este cambiante y siempre mágico embalse suele obsequiarnos a quienes lo visitamos con cierta asiduidad.
Nada más comenzar a adentrarnos en él ya se podía respirar la tranquilidad y quietud de un entorno natural maravilloso que, visto a través de los cristales empapados, simulaba una preciosa imagen dibujada a acuarela de la dehesa extremeña.
 
 
 
 
Por fin llegamos a nuestro destino, una punta terminada en una beta de pizarras que, rasgando la uniformidad de una orilla plana y arenosa, se introducían en el agua formando un escondite ideal para algún avispado depredador. No había hecho más que llegar y ya estaba pensando en que señuelo utilizaría al día siguiente para prospectar la zona, al fin y al cabo ya tengo asumido que lo mío con esta enfermedad de la pesca no tiene remedio, demasiado tiempo con este veneno en la sangre hacen casi imposible cualquier intento de curación.
 
 
Pero no era momento de pensar en pescar, la oscuridad de una tarde que menguaba a pasos agigantados, aumentada si cabe por un cielo oscuro y cubierto que amenazaba lluvia, nos invitaba a hacer el despliegue del lugar que nos serviría de refugio y centro de reuniones durante los próximos días, una especie de carpa formada por una estructura metálica y varias lonas impermeables superpuestas que tendrían la función de preservarnos tanto a nosotros como a la comida de las inclemencias del tiempo.
 
 
En ello estaba cuando la naturaleza quiso regalarnos una de esas imágenes que merece la pena ver y vivir en directo. Por un pequeño hueco en la amalgama de negros nubarrones logró filtrarse un rayo de sol que se reflejaba en la ya opaca superficie del agua formando una imagen espectacular que quise captar con mi cámara para recuerdo de esa jornada y compartir con todos vosotros.
 
 
 
 
Una vez estaba todo descargado y montado, llegaba el momento de preparar la cena, tomar una cervecita y charlar un rato hasta que el sueño y el cansancio hicieron mella y decidimos que era hora ya de ir a descansar, habría tiempo para seguir disfrutando los días siguientes.
 
Los primeros rayos de sol de un día mucho más despejado del que en principio se esperaba empezaban a aumentar la claridad y la temperatura ambiente y yo ya me removía sin cesar en la cama. Era el momento de despertarse y, caña en mano, disfrutar de un paseo matinal por silenciosas y tranquilas orillas de un embalse en el que, debido a la inmensa fama que le precede, estas situaciones no suelen darse con frecuencia. 
 
A primera vista el lugar no era el típico bosque de encinas y retamas sumergidas que a casi todo el mundo le viene a la mente cuando le hablan de Sierra Brava, sino más bien una recula de poca profundidad, donde los únicos elementos que rompían su monotonía  eran pequeñas puntas de pizarra  y reculas diminutas. Un escenario completamente distinto al acostumbrado, pero en el que poder disfrutar de unas horas de pesca en la paz y quietud más absolutas, pues los únicos acompañantes con los que contaba eran unas solitarias y desperdigadas ovejas que pacían con la serenidad  del que no tiene nada más interesante que hacer ni prisas por realizarlo.
 
Caña en mano y, aún con la sensación del sopor del que acaba de despertar de un sueño tranquilo y reparador, comienzo a caminar por la orilla lentamente, sin prisa, pues en la pesca las capturas no lo son todo, tambien son importantes otros muchos detalles, como disfrutar del entorno natural, del frescor de la madrugada del día que comienza a iluminarse con los primeros rayos del sol, de la observación de la vida natural que comienza su lucha diaria por la supervivencia y de valorar como se merece la gran suerte de poder disfrutar de algo así a tan sólo una hora de viaje.
 
Por fin  tengo ante mi el primer lugar  que atrae mi atención y me saca de mi ensimismamiento, una pequeñisima reculita, de apenas diez o quince metros de ancha, en la que la brisa de la mañana golpea directamente. Un par de pequeñas ondulaciones en la superficie delatan la presencia de alburnos, seguramente disfrutando de un festín mañanero en forma de pequeños insectos arrastrados por el aire. Sin pensarlo dos veces coloco en mi caña una de las spinnerbaits que había decidido traerme para la ocasión y que tan buenos ratos de pesca me ha brindado y me decido a pescar la reculita desde varios ángulos, lanzando, en primer lugar, a la zona donde golpea el agua de forma más directa.
 
El primer lance fue corto y preciso, con la intención de dejar caer hasta el fondo el señuelo para conocer la profundidad en la que estaba colocándolo. Tras sentir en la caña el golpe del spinnerbait contra el suelo y comprobar que, tal y como suponía por la escasa pendiente de las orillas, la zona no era demasiado profunda, comienzo la recogida sintiendo la vibración de sus palas durante unos breves segundos, puesto que no necesité más para notar un parón brusco y evidente que hacía patente que un depredador la había atacado sin piedad. Acto seguido el pez salió disparado hacia aguas abiertas, con un tirón tan rápido y eléctrico que lo único que pude hacer es convertirme en espectador de excepción del silbar de una línea que cortaba el agua para, acto seguido, quedar inmovil delatando que el pez había logrado desprenderse del engaño, dando al traste con la ilusión de contemplar al ejemplar que me había brindado una picada tan espectacular.
 
Desde luego no era el final más alentador ni el desenlace más motivador, pero si un comienzo que auguraba una mañana entretenida y que, por esta vez, no iba a defraudarme, puesto que son innumerables las jornadas de pesca en las que, durante los primeros lances, parece que va a ser un día para no olvidar y después se convierte en una jornada dura y dificil.
 
Con el corazón aún acelarado tras la picada anterior y las ganas de seguir disfrutando de la mañana y conseguir la primera captura, decido realizar un lance al pequeño puntal que da acceso a la misma reculita donde tuvo lugar la primera batalla del día. Tras lanzar de forma que el spinnerbait atravesara la punta desde aguas abiertas hacia el interior de la recula noté un pequeño golpecito que bien podría ser  el del señuelo al rebotar contra un pequeño obstáculo del fondo, pero, cuando uno no está seguro del todo, lo más inteligente es repetir el lance un par de veces y así descartar que se trate de un pez que estuviese en un grado de actividad inferior.
 
El señuelo venía pasando por el mismo lugar donde anteriormente había notado el toque, pero en esta ocasión no sentí absolutamente nada, a pesar de que el ritmo de recogida había sido el mismo y, por tanto, la profundidad de natación del señuelo no podía haber variado mucho, o eso pensaba, puesto que también es verdad que es muy complicado repetir dos lances en condiciones exactas. En estas cavilaciones me encontraba cuando comenzó a verse la spinnerbait acercándose poco a poco, ascendiendo desde aguas más profundas y entonces, como un relámpago, un precioso bass aparece de la nada con su enorme boca abierta al máximo, girando para tomar el señuelo y enseñándome el rojo intenso de sus agallas, tras lo cual el señuelo  desaparece entre sus fauces, a menos de un metro de distacia y dejando en el agua como testimonio un enorme remolino de lodo, levantado sin duda por la velocidad y ferocidad de su picada.
 
Ni que decir tiene que, durante un tiempo que no sabría estimar, me quedé absolutamente petrificado por el susto y, acto seguido, levanté la caña de forma instintiva clavando a un pez que, tras sentirse prendido del anzuelo y haciendo gala de su fuerza, emprendió una veloz carrera hacia las profundidades de las que apareció tirando con la determinación del animal que se sabe en plenitud de condiciones físicas. Al ver su huida frenada, el pez decide que ha llegado el momento de jugar todas sus bazas y toma impulso para regalarme un salto espectacular, sacando todo su ennegrecido cuerpo del agua agitándose y doblándose como un gran contorsionista para intentar zafarse del anzuelo. Sin embargo, a pesar de que la clavada no fue realizada en las mejores condiciones, el anzuelo había quedado prendido, por suerte,  en una zona de la boca que hacía casi imposible cualquier opción de escaparse pero, aún así, no cedió en su empeño hasta que sus fuerzas lo abandonaron y, por fin, se entragaba en la orilla vencido.
 
No era un pez de record, ni siquiera uno de los basses más grandes que he capturado, pero si dejamos de disfrutar de lances tan espectaculares como este o los minusvaloramos por el tamaño de un pez, deberiamos plantearnos si realmente no nos estamos perdiendo parte de la magia de este deporte en el que se debe perseguir, como objetivo principal, la diversión y el disfrute.
 
Hay muchas maneras de ver la pesca, desde el pescador que busca única y exclusivamente peces record, hasta el que busca única y exclusivamente la diversión de una jornada con innumerables picadas. Ambas formas de entender la pesca son respetables y compatibles. Lo que es más, desde mi punto de vista, lo ideal sería llegar a un término medio en el que se busque el perfeccionamiento de uno mismo como pescador y el conocimiento más amplio y profundo de una especie que nos lleve a obtener, de forma cada vez más frecuente, grandes capturas, pero sin perder sin dejar de valorar y disfrutar cada una de las capturas que realizamos, especialmente cuando nos ofrecen emociones y sensaciones como el que os he comentado en líneas anteriores y que quedó retratado en la instantánea que os muestro a continuación.
 
 
 
Ni que decir tiene que, tras la correspondiente autofoto de recuerdo, el bass fue devuelto a su  medio para que siga creciendo y, el día de mañana, pueda vover a brindar momentos tan espectaculares a otro afortunado pescador.
 
 
El resto de la mañana continuó de lo más animado, con unas cuantas capturas de basses de tamaños cercanos al kilo de peso que tomaban la spinnerbait francos y confiados en cada uno de los pequeños recovecos que formaban las orillas del embalse. La recula palpitaba vida, estaba llena de alburnos y cada una de las zonas en las que tender una emboscada a estos pequeños peces  presa estaba ocupada por uno o varios depredadores en espera de un descuipo por su parte que les diese su oportunidad de saciar el apetito.
 
Ya volvía de vuelta hacia nuestro campamento, pues era hora de preparar la comida y disfrutar de otro ratito de charla con los compañeros en las que intercambiar las experiencias de una mañana que, al menos en mi caso había sido de lo más excitante.
 
Ya me encontraba cerca de mi destino y entonces observe una postura a la que no había prestado atención durante la mañana. Se trabata de una larga playa de forndo totalmente liso en la que, en un determinado momento, aparecía una fila de piedras del tamaño aproximado de una naranja que se introducía en el agua hasta más alla de lo que la claridad de las aguas del embalse permitía observar. 
 
Aunque no era una zona especialmente profunda, la existencia de una estructura que rompa la monotonía de una zona por lo demás roma y llana puede constituir el único elemento de camuflaje para un depredador y, estando la recula repleta de comida, no cabía duda de que no sería desaprobechada. Tocaba parar y postponer la vuelta, después de todo un par de lances más no supondrían mucho más tiempo, además en esta ocasión no cabían las prisas, sólo el disfrute y la relajación.
 
El primer lance lo hice de forma perpendicular a dichas piedras, de forma que el señuelo atravesara la postura en la misma dirección que soplaba el viento, puesto que es de esperar que, cuando este sopla con dirección constante durante cierto tiempo, crea en el agua una corriente con la orientación del mismo y  es de esperar que los peces pasto entren en estas localizaciones siguiendo esta tendencia. Los depredadores por su parte suelen situarse de forma que la comida les llegue directamente hasta ellos, ya que esta es una de las formas en las que minimizar el desgase energético que les supone la caza de sus presas. La teoría, que muchas veces estos cambiantes seres se empeñan en romper, en esta ocasión dió sus frutos, ya que nada más pasar las piedrecillas un golpe tan brusco como contundente frenó por completo el avance de mi spinnerbait. Tras la correspondiente clavada el pez sale lanzado hacia un costado a una velocidad endiablada y tirando con energía, tanta que de nuevo la línea comenzó su quejido con un inconfundible silbido producido por la tensión de la batalla mezclado con el soplar del viento.
 
La batalla se prolongóf demasiado y el pez en ningún momento intenta tomar el camino de la superficie, lo cual me hace dudar de que fuese un bass, aunque no sería la primer vez que un gran bass toma tu señuelo y dirige su lucha de forma constante y permanente hacia el fondo, sin revelar su identidad hasta el final de la batalla, momento en el que esperas encontrarte de cara los característicos lunares del lucio. Sin embargo, en esta ocasión mis sospechas eran ciertas y no se trabataba de un gran bass. Era un precioso y luchador luciete el que me había puesto las cosas difíciles y logró de nuevo hacerme disfrutar al máximo. Sin duda es increible la fuerza que pueden desarrollar a veces peces de pequeño tamaño como este.
 
 
 
 
                                
Tras esta captura decidí que ahora si había llegado el momento de anclar el señuelo a mi caña y volver de forma directa con los compañeros, pues aún quedaban por delante muchas horas de claridad y sabía a ciencia cierta que, de no hacerlo, cada pequeño recoveco del embalse me tentaría a realizar, al menos un par de lances, y llegaría a comer demasiado tarde. Quedaba aún mucho tiempo por delante de esta jornada y otra jornada completa, además la intencíon de este fin de semana no era el de quemar todas las horas en la orilla del agua, pero como todo buen pescador sabe, una vez que nos encontramos a la orilla de nuestro lugar de pesca y con la caña en la mano, el momento del comienzo está claro, pero nunca el de finalización no tanto.
 
 
Un buen ratito de charla con los compañero precedió a una comida que, tras el paseo matinal, la adrenalina derramada, unidas al placer de  poder ser degustada en mitad de la naturaleza, supo a gloria. En la tertulia posterior pude enterarme que, la misma suerte que había tenido yo al poder disfrutar con numerosas capturas le había dado la espalda a ellos, ya que las carpas se mostraban remisas a tomar los señuelos que les ofrecían y, en los dos únicos casos en los que hicieron acto de presencia, tomaron en su carrera la dirección de la veta de pizarra que, como era de esperar, se prolongaba bastante hasta las profundidades del embalse, donde estos más que experimentados peces sabían que la batalla se decantaría a su favor, como efectivamente ocurrió con la rotura de la línea en ambas ocasiones.
 
 
Por la tarde decidí quedarme a acompañar a los compañeros y no ir de pesca, ya que uno de los objetivos principales de esta escapada era disfrutar de su compañia durante estos días de relax, aunque intuía, a ciencia cierta, que esto sería algo realmente dificil de llevar a cabo …
 
 
No tardó mucho en suceder. Estabamos los cuatros sentados mirando la lámina de agua del embalse que, tras varias horas en las que el viento nos había abandonado, se veía tan quieta y tranquila como una balsa de aceite, sin nada que rompiese su tranquilidad pero, de forma inersperada, y a tan sólo unos metros de la orilla, un alburno salió disparado del agua realizando una de sus características carreras, frenética y zigzageante, para huir del depredador que lo perseguía. Los rayos del sol iban perdiendo fuerza y la tarde caía lentamente, ya no pude aguantar más en mi asiento, era el momento de darse otro pequeño paseo y la visualización del ataque fue la chispa que prendió de nuevo unas ganas incontrolables de volver a la carga con fuerzas renovadas.
 
 
Comenzé a probar de nuevo con la spinnerbait, pero los peces habían cambiado por completo con respecto a la mañana, ya que las no produjo ni una sóla picada en las posturas donde esa mañana había conseguido la mayoría de mis capturas. Por ello decidí utilizar otro de los señuelos que había elegido para la ocasión,buscando un artificial que reuniese dos características, turbulencias en la superficie y un color oscuro para que su silueta se destacase contra un firmamento cada vez más oscuro, un spiral minnow. 
 
Tras los primeros lances sin resultado alguno comenzó de nuevo a soplar una suave brisa que, ganando poco a poco intensidad, iba rizando la superficie del agua al compás de un atardecer que ya teñía de sombras y tonos anaranjados los alrededores y anunciaba una puesta de sol inminente.
 
Aunque no quedaba demasiado tiempo de luz, decidí andar hasta el final de la recula e ir hasta una zona en la que por la mañana había localizado algunas piedras sumergidas y se habían producido algunas picadas. Aunque no diese entonces resultados espectaculares, si que suponía una estructura ideal en la que los depredadores podrían colocarse a primeras y últimas horas del día, momentos en los que se suelen situar en zonas más someras aprovechando la ventaja biológica de una vista mucho mejor adaptada a condiciones de escasa visibilidad que la de sus presas.
 
Además de las condiciones de luminosidad otro factor hacía del lugar la postura idonea, la brisa que soplaba de nuevo y azotaba justo en el lugar en el que me encontraba. Todos los factores estaban a mi favor pero, ahora era necesario que los peces se encontrasen allí y que además se encontrasen en actitud de caza, ya que aunque podamos intuir el efecto que determinados factores causan en la actitud y posicionamiento de los depredadores, también es cierto que hay numerosas variables que escapan a nuestro control y pueden dar al traste con cualquier especulación posible.
 
 
Sin tiempo que perder me dispuse a peinar la zona imprimiendo al señuelo diferentes recogidas. En primer lugar me decidí a dar tirones secos y espaciados, facilitando de esta manera que el pez lo localizase y pudiese tomarlo sin problemas. Sin embargo los peces no parecía opinar lo mismo y, con esta técnica, no obtuve ninguna picada. Tocaba probar cosas nuevas, comenzando con una recogida más rápida y contínua, con la velocidad justa para que la hélices venga rasgando la superficie con ese chirrido metálico tan característico y que suele sacar de sus casillas a los depredadores que están en sus proximidades.
 
Tras un segundo lance en el que venía observando el deambular del propbait por la superficie con  ese movimiento errático y ese sonido que rasgaba el silencio absoluto de la tarde, me encontraba totalmente absorto, disfrutando de la calma y la total tranquilidad de poder pescar sin prisas, sin nada más en lo que pensar que en disfrutar el momento, cuando, una explosión en la superficie a tan sólo unos metros de mi posición hizo desaparecer la oscura silueta del Spiral. Por la forma tan violenta en la que lo había tomado y la decisión con la que luchaba no me quedaba la menor duda de que era un pez de mayor envergadura.
 
El depredador enseguida trato de llevar la lucha hacia aguas más profundas y, tras uno segundos en los que no cedía en su empeño, tomó la dirección que caracteriza a esta especie tan adictiva,la superficie, indicando que en esta ocasión había sido un bass es que había tomado el señuelo. En el salto, debido a que se había alejado de la orilla y a la poca claridad de la tarde, no pude observar bien el tamaño del bass, pero si que podía determinar su posición exacta por el sonido de la hélice y los rattles del señuelo que, en su empeño por escupirlo de su boca, el bass sacudía en cada arremetida en superficie con fuerza y violencia.
 
 
A pesar de los numeroros saltos que el bass fue capaz de realizar en la lucha, en cada uno de los cuales me ponía más nervioso, pues sabía que con cada uno de ellos aunmentaban las posibilidades de perder al bass sin guardar un recuerdo gráfico del mismo, al final conseguí acercar el bass a la orilla y tomarlo en mis manos. En esta ocasión se trataba de un bass de mucho mejor tamaño que los anteriores, muy fuerte y rechoncho, el que puso la guinda a un día de lo más divertido y el punto y final a una jornada de pesca diferente, una jornada en la que disfrutar de la soledad de un embalse en ocasiones masificado debido al reconocimiento del que goza entre los pescadores de depredadores de España, unos días en los que tomarse la pesca con total calma, en compañia de tus amigos y de tus pensamientos, en los que ordenar ideas y olvidar el stress y las prisas de un día a día monótono y agotador.
 
 
Aquí os dejo el recuerdo del mismo.
 
 
 
 
En definitiva un fin de semana diferente de noviembre en el que pude disfrutar de nuevo de la pesca en estado puro en un lugar emblemático y en una compañia inmejorable y que quería compartir, como siempre, con todos vosotros.
 
 
Espero que os haya gustado esta crónica y, como siempre, pido disculpas por la extensión de la misma, pero siempre que se vive algo de forma intensa hay que intentar contarlo con lujo de detalles, pues esa es la única intención, transmitir sensaciones y vivencias para que otros compañeros de aficción puedan disfrutarlas cómo yo las pude vivir a piede agua.
 
 
Un abrazo a todos y, hasta la próxima crónica.
 
 
 
 
 
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