Un premio a la insistencia.

Lo que todo pescador busca, tras años de acumular en su haber conocimientos, experiencias y momentos, es llegar a conocer al pez un poco mejor para poder anticipar su localización y comportamiento en cada momento del año y, de esta manera, tener un cierto “control” y seguridad en tus resultados.
Sin embargo la pesca de cualquier especie depredadora, es un auténtico rompecabezas, distinta en cada jornada, imprevisible, caprichosa, desquiciante en ocasiones y muy gratificante en otras tantas, juez sumario y verdugo de los egos de aquellos que creen estar en posesión de la verdad absoluta, ya que a la mínima ocasión te devuelve al suelo para recordarte lo mucho que te queda por aprender, y es precisamente en esa variabilidad e imprevisibilidad donde radica la magia de este deporte.
 Si buscásemos en nuestro fichero personal de recuerdos estoy seguro que todos tenemos en mente alguna jornada de pesca especialmente dura que, en un determinado momento y propiciado por algún factor conocido (cambio de patrón, cambio de señuelo o de las características de este, etc…) o desconocido, sufre un punto de inflexión y torna a convertirse en obligada referencia y anécdota con que entretener y matar el tiempo en futuros momentos de pesca menos afortunados.
No hace mucho tuvo lugar uno de ellos  y,  con el recuerdo aún nítido en la memoria, es el mejor momento para escribir esta crónica, que bien podría comenzar…
Era un domingo marcado en el calendario por tratarse de un día de encuentro y convivencia con los compañeros de mi club de pesca, Lunker Team, a celebrar en las aguas del embalse de García Sola, lugar emblemático para la pesca de depredadores a nivel nacional por la calidad y cantidad de ellos que pueblan sus aguas.
Tras el recibimiento de todos los amigos que pudimos juntarnos ese día y dejar a todos metidos en el agua con sus correspondientes patos y catamaranes, llegaba el momento de buscar el barco para intentar disfrutar de unas horas de pesca en compañía de Siro y Jesús, compañeros que por uno u otro motivo no disponían de pato para acompañar al resto.
Nos recibía un Sola tan majestuoso como imponente, con algunos de los eucaliptos que pueblan sus orillas introducidos en sus tomadas aguas debido al arrastre de sedimentos de los diferentes arroyos tributarios del embalse y, como era de esperar, con unos inquilinos ciertamente duros y difíciles de localizar tras los drásticos cambios de nivel sufridos en un corto periodo de tiempo.
Si la prefreza, con la alta variabilidad térmica  y los movimientos y desplazamientos de los peces presa es ya, en sí misma, un momento del año ciertamente desconcertante, en estas condiciones de súbitos crecimientos de nivel, los peces muestran un comportamiento aún más aleatorio, pudiendo realizar grandes desplazamientos horizontales y verticales y cambiando su posicionamiento y grado de actividad con tan sólo unas horas de diferencia, planteando un reto al que desde luego había muchas ganas de enfrentarse para, ganando o perdiendo, aprender en el envite.
Nuestra primera idea consistía en tocar zonas con una composición de suelo muy concreta, basada en suelos arenosos con grandes piedras salteadas, orientadas al sol y con acceso directo a grandes profundidades, buscando a los basses en un rango de entre 4 y 8 metros  con diversos señuelos. Jesús optó por un jig y Siro y yo optaríamos por un jerkbait blando montado con jighead para intentar engañar a unos peces que, según comprobaríamos a medida que transcurría la jornada, estaban aún más escurridizos y difíciles de lo esperado.
A pesar de ello, no habría transcurrido más de media hora cuando fue Siro quien inauguró nuestra cuenta con un rechoncho bass que, por la forma en que luchaba, insinuaba un tamaño más que respetable.
Inaugurábamos el marcador con los 1850 gramos  de ese sano y robusto ejemplar que nos levantó el ánimo y nos animaba a continuar intentándolo. Foto de rigor y de vuelta a su medio sin mayor dilación para seguir pescando.
Pero lo que parecía un comienzo alentador pronto se convirtió en una mera anécdota, ya que las horas transcurrían y los peces no daban señal alguna de actividad a pesar de los cambios y pruebas realizadas para intentar descifrar la “clave” de su localización, tanto en las profundidades y localizaciones a tocar como, una vez dentro de estas, en los señuelos a emplear tanteando colores, pesos,…..
A pesar de todo los basses seguían dándonos la espalda, pero la paciencia y el buen hacer tuvieron de nuevo su recompensa. En esta ocasión sería Jesús el que, tras hacer que su señuelo saltase por encima de una piedra sumergida, provocó la picada de otro precioso bass que poco o nada tenía que envidiar al anteriormente conseguido por Siro, si de su peso hablásemos.
Un par de instantáneas para el recuerdo, más que merecidas por el trabajo que nos estaba costando localizarlos y hacerlos picar, y de vuelta al agua a seguir creciendo, como mandan los cánones del captura y suelta.
Un par de nuevas posturas, con dos picadas imposibles de realizar y tocaba poner punto y final a la mañana de pesca, pues ya aguardaban todos los compañeros para contabilizar sus capturas y comer todos juntos, sin duda el mejor momento de estas quedadas por las risas y los buenos instantes compartidos.
Tocaba intercambiar opiniones, tanto conel resto de compañeros del club para los que, como era de esperar, los basses también habían resultado muy esquivos, como con algún que otro pescador que los había tentado desde embarcación y cuyos resultados habían resultado aún peores que los nuestros. Se confirmaba la tónica de un día con peces realmente deslocalizados y apáticos, situación ante la cual cabían dos respuestas posibles, abandonar hasta otra jornada de mejores perspectivas o asumir el desafío de intentarlo a sabiendas de la dificultad que entrañaba esta tarea.
La elección tomada, como corresponde a los locos de este deporte, no podía ser otra que continuar y, acabada la comida sólo algunos decidimos volver a intentarlo en las escasas dos horas de luz que aún nos regalaba el día. La mayoría, en vista de lo ocurrido durante la mañana, decidieron dar por concluida la jornada y regresar a casa.
Esta es una de las consecuencias  del problema que tenemos algunos enfermos de este deporte, por mucho que el embalse y los peces se nieguen a ponértelo fácil,  seguimos en la brecha a pesar de todo, pues de estos días tan duros se pueden sacar las conclusiones más valiosas, ya que te obligan a cambiar tu actitud, a abrir tu mente y probar cosas nuevas, pero sobre todo a afianzar tu confianza y tus conocimientos sobre la especie que buscas para poder salir airoso de tan complicado brete.
Tras pruebas y más pruebas el día transcurría por los mismos derroteros, peces desaparecidos de las estructuras donde podías encontrarlos en jornadas anteriores. Incluso los peces pasto, que aparecían situados en localizaciones fijas las semanas precedentes, parecían haberse tomado un “día libre”.
El tiempo iba consumiendo la tarde, pero no nuestra paciencia. Tocaba hacer el enésimo cambio del día…
La decisión tomada fue, tras las últimas horas en las que el sol había subido la temperatura del agua, probar un patrón diferente y buscar una recula orientada al sol, con poca pendiente y un fondo compuesto por piedras sueltas y arena, en las que esperábamos una mayor temperatura acuática al funcionar las grandes piedras y los fondos rocosos y arenosos de poco calado casí como un “calefactor” natural, y, a poder ser, con acceso directo a aguas profundas y en las que el viento hubiese azotado durante bastante tiempo, creando de esta forma corrientes que pudieran haber arrastrado hasta allí la comida que sirva de incentivo a los peces pasto para utilizar esas localizaciones.
Unos minutos para buscar en el archivo mental los lugares que pudiesen cumplir esas premisas y una última decisión para rematar la jornada, nuestra última jugada…
Llegamos al destino elegido echamos el motor eléctrico al agua y, tras colocar la barca de forma adecuada para prospectar la zona, realizo un primer lance bastante cercano a la orilla, tenso la línea, tal y como había hecho ya durante quizás más de mil veces ese día, y siento una extraña tensión, un peso al otro lado de la caña que resultó ser, a la postre, una de las múltiples piedras que salpicaban el fondo del lugar.
Tal y como había repetido hasta la saciedad trabajo mi jig  Keitech model II en color Brown/Purple de forma que se mantenga en contacto continuo con el obstáculo, desplazándolo lentamente para que lo golpee de forma incesante y, de esta manera, aprovechar al máximo la sonoridad del tungsteno con el que está compuesto y llego al punto más alto de la piedra para, acto seguido, caer por la cara opuesta, la orientada hacia la parte más alejada de la orilla y, justo entonces, siento en la empuñadura de mi caña un fuerte y claro  golpe, ese tan anhelado chispazo que delata la picada y desata la adrenalina, máxime tras una jornada tan difícil.
Tras unos instantes de estupor puesto que, después de ver la actitud de los peces durante todo el día, no esperaba una picada tan franca, clavo con energía y la línea sale disparada hacia un lado con la típica carrera rápida y eléctrica con la que un bass suele defenderse para convertirse después en una huida hacia la superficie, lugar hacia donde su impulso les guía y donde sus saltos y acrobacias les ofrecen su última oportunidad, su truco final, con el que han burlado al pescador durante siglos.
Un par de carreras más y, por fin, se entrega rendido a nuestras manos un ejemplar que, con sus casi 2000 gramos, hacen que todas las horas de cansancio y frustración desaparezcan de un plumazo y una sonrisa aflore, al final la insistencia, la confianza en lo que uno hace y el no rendirse han dado sus frutos, y todo lo aprendido por el camino forma ya parte de los conocimientos de los compañeros que ese día compartimos esta dura jornada.
Pero esta captura, más que un punto y final, supuso un punto y aparte. Comenzaba ahora una jornada diferente.
Los peces estaban cerca de la orilla y respondían con agresividad tanto a los jigs como a los jerkbaits blandos y, aunque gozamos de numerosas picadas y pudimos clavar varios ejemplares de muy buen porte, en esta ocasión supieron ganarnos la batalla soltándose tras sendos saltos a escasos centímetros de nuestra posición,  pudiendo subir al barco tan sólo otro bonito bass que superaba por poco el kg de peso.
Entonces un brutal ataque, del que un horrorizado alburno intentaba alejarse con sus constantes y erráticas huidas fuera del agua, llamó nuestra atención. Unos toques al eléctrico para colocar nuestra barca en un rango de distancia adecuado para realizar el lance y, sin perder más tiempo, colocar nuestro señuelo en las inmediaciones, puesto que, cuando un depredador entra en un momento de actividad muy alto y ataca con esa agresividad, hay un par de segundos tras el ataque fallido en el que es altamente vulnerable a nuestros señuelos, haciendo casi más importante el cuándo que el con qué.
Nada más mover mi señuelo y saltar un pequeño obstáculo sumergido pude vi corroborada esta teoría con  picada que sólo puedo definir como brutal a la que respondí con una no menos vigorosa y seca clavada. Lo que nunca habría llegado a imaginar es lo que ocurriría después.
Casi al instante de sentirse prendido el pez salió disparado con tal fuerza que, en caso de haber estado ligeramente distraído, el equipo habría salido literalmente volando de mis manos.
Estaba meridianamente claro que no  se trataba de un bass, tanto por la potencia y explosividad de sus carreras como por la forma en la que se defendía cuando estas cesaban, realizando enérgicos cabezazos de lado a lado, haciéndome pensar en un primer momento que se trataba de un enorme lucio, ya que, por el momento en que nos encontrábamos, mediados de marzo, fecha en la que las grandes hembras cargadas de huevas suelen visitar de forma asidua determinadas reculas de poco calado en su activa búsqueda de alimento que les permita llegar al volumen y peso necesario para aguantar el duro trámite de la freza que ya se avecinaba.
El pez permanecía en todo momento pegado al fondo haciendo imposible cualquier acercamiento prematuro y haciendo gala de unas carreras demasiado explosivas y potentes incluso para un lucio, aunque he de decir que he podido disfrutar de luchas con algunos ejemplares de esócido que destrozan, y de qué manera, la creencia popular de que es esta una especie menos luchadora que otras.
La pelea se prolongaba, poniendo al límite mi equipo en cada huida, con una caña contorsionada al máximo y una línea tan tensa que pareciese la cuerda de una guitarra lista para deleitarnos con su sonido, aunque poco a poco se veía mermada la resistencia del un contrincante cada vez menos contundente en sus intentos por alejarse de mi posición.
Por fin comenzaba a ceder y, de forma lenta pero segura, iba consiguiendo izarlo del fondo hasta el punto de ver, en un determinado momento de la pelea, un enorme y cobrizo reflejo que me dejaba perplejo.
Acudían a mi mente en ese instante las sensaciones y las imágenes de la pelea que me ofreció, años atrás en el embalse de Zujar, un enorme barbo común que tuve la fortuna de engañar con un Yamato Jr y que me hicieron intuir que, con casi total seguridad, era otro enorme barbo el que había engullido mi jig  y había puesto al límite mi equipo y mi pericia para poder hacerme con él.
Ya en la superficie, vencido y cansado, mostraba su imponente figura un precioso barbo común, espectacular animal que me había regalado este final de jornada para recordar, tan distinto a las horas precedentes y tan dura como instructiva en lo que a mantenimiento de la confianza y de la tensión de pesca se refiere y que, a pesar de la ausencia de picadas durante gran parte de la misma, se hizo de lo más llevadera gracias a la compañía de los buenos compañeros que quisieron compartirla conmigo.
Es a ellos, y a todos los demás compañeros y amantes de este adictivo deporte, a quienes va dedicada esta crónica que espero haya podido transmitir, aunque sea en parte, las sensaciones y vivencias de un pescador que sólo busca el seguir aprendiendo, a través de las propias pruebas y experiencias, pero también de compartir con los demás.
Un saludo a todos y hasta la próxima crónica.
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