Un big bass para el recuerdo.

De todos los posibles comienzos para una jornada de pesca, descubrir que en algún momento se había partido el tramo superior de una de tus cañas favoritas, no era desde luego el más alentador. Sin embargo, habíamos llegado a la orilla de uno de esos embalses en los que habitan esos peces que un puñado de locos perseguimos en cada salida, peregrinando a cualquier lugar por lejos que se encuentre y aún a sabiendas de que son destinos donde esos peces trofeo conceden muy pocas oportunidades, por ser estos ejemplares mucho más viejos y experimentados.
Las condiciones meteorológicas eran, a priori, inmejorables. Un viento moderado y cálido arrastraba y acumulaba poco a poco a las nubes y la visibilidad del día mermaba por momentos.
Con estos mimbres y por la época del año, primera semana de noviembre, en la que el número de peces activos en la orilla comienza a descender acusadamente, decidimos empezar la jornada utilizando señuelos que nos permitiesen tocar muchas zonas rápidamente y provocar la picada de un buen ejemplar. Los artificiales elegidos, un swimbait duro y un señuelo de superficie, el showerblows 125 que nos había dado muy buenos resultados en las semanas previas.
Comenzamos a peinar las estructuras y coberturas una por una, centrándonos en aquellas retamas de mayor tamaño y en puntas marcadas de pizarra, lugares que un big bass elegiría sin duda como preferente para emboscar al descuidado pececillo que pasease por la orilla, pero el embalse, a pesar de unos condicionantes que invitaban al optimismo, parecía querer avisarnos de que no nos lo prondría tan sencillo y que íbamos a necesitar mucha paciencia y resitencia mental para arrancarle una picada.
Las posturas se iban alternando sin resultados y, a medida que avanzábamos, nos cruzamos con otros pescadores a los que el embalse había regalado el mismo trato. No obstante no estaba en nuestro ánimo rendirnos porque ibamos con las ideas claras, nos conformaríamos con una única picada, pero de máxima calidad.
Por fin llegamos a una pequeña recula en cuya parte centra había una lengua muy pronunciada que la dividía en dos brazos prácticamente simétricos, con poca inclinación y muchos pequeños arbustos que apenas asomaban los extremos últimos de sus ramas en la superficie y decidimos probar con más detenimiento. Al poco de comenzar a tocarla dos basses que nos superaban por mucho el kg siguieron mi swimbait duro hasta mis pies, casi hipnotizados por el característicos deambular de este señuelo y, cuando estaba apunto de sacarlo del agua, como saliendo del trance y percatándose de que un buen bocado podría escapar delante de sus narices, uno de los basses lo embocó con más ganas que atino, huyendo a continuación a toda velocidad hacia aguas profundas y llevándose con él a su compañero. El susto al verme delante debió ser considerable, porque no volvieron a aparecer.
Al poco tiempo mi compañero en este viaje, Jorge Barquero, clavó un bass de un tamaño parecido utilizando un swimbait de vinilo de cuatro pulgadas arrastrándolo despacito por el fondo, pero el pez también logro zafarse del engaño.
Según avanzábamos un poco en la recula parecía haber más actividad, pero la calidad de los peces no era la que buscábamos y había que tomar una decisión. Las opciones era seguir en ese lugar y buscar lugares similares donde posiblemente podríamos hacernos con algunos peces medianos o deshacer nuestros pasos e intentarlo nuevamente en las zonas en las que intuíamos que podría estar de caza un Big Bass y, puesto que los días con viento sur, cálido y muy nublados no son frecuentes en otoño y que el embalse, por su lejanía con nuestra residencia, no podemos visitarlo tan frecuentemente como quisiéramos, la decisión estaba clara, apostar por buscar uno grande de verdad, aunque ello supusiera no conseguir una sola picada más.
Empezamos el retorno volviendo a tocar a conciencia las localizaciones más interesantes y, poco a poco, llegó la hora de comer. Tras la parada de rigor y echar un momento de risas, parte imprescindible de una jornada de pesca, el día se volvió aún más oscuro y ventoso y decidí hacer un cambio, sustituir mi señuelo de superficie por otro de mayor tamaño, más ruidoso y de color negro, concretamente el deps brachiostick, que me gusta especialmente porque se lanza excepcionalmente bien incluso con mucho viento, se maneja con mucha facilidad y tiene una gran sonoridad.
Nada más reanudar la pesca llegamos a una playa alargada y que se comunicaba con una zona mucho más profunda en la que suele colocarse un gran banco de comida. Había varios arbustos en la orilla y, alejada de esta, una única rama asomaba su parte superior. Estaba situada a poco más de un metro de profundidad, y no parecía ser ni de lejos la mejor postura, sin embargo…
Un primer lance en la parte derecha de la rama se alejó un poquito de la misma debido al aire, y el lance transcurrió sin picada. Cómo el primero no había salido exactamente como quería, le di una segunda oportunidad, usando el viento para que la linea se acercase mucho más a la cobertura y el paseante pasara lo más cerca posible de esta. Poco a poco el paseante se acercaba a la base de la rama, con esa cadencia que, en muchas ocasiones, nos mantiene en tensión ante la espera de la picada y justo en esas circunstancias me encontraba cuando, nada más pasar a escasos centímetros de la misma, vi una figura enorme salir del agua y engullir el señuelo.
Fueron sólo unas décimas de segundo, esas en las que la imagen queda congelada en tu cerebro, pero suficientes para darme cuenta de que el pez había salido con mucha decisión y toda la de intención de que el pececillo que había osado pasar tan cerca de su apostadero no se escapara. El momento siguiente, cuando un gran pez ataca un señuelo de superficie, siempre es de incertidumbre, al no saber si has sido capaz de esperar el tiempo justo para no precipitarte y sacar el señuelo de la boca del pez o esperar demasiado y no conseguir clavarlo, pero la tensión en la línea y una caña arqueada al máximo confirmaban que la batalla acababa de empezar.
En un primer momento ya me pareció un gran ejemplar, pero cuando intentó realizar un primer salto y no fue capaz debido a una gordura más propia de la prefreza, pude confirmar que se trataba de un pez excepcional, de esos que hacen que las horas aprendiendo y rompiéndote la cabeza para dar con ellos, los kilómetros recorridos y las miles de pruebas fallidas pasen a un segundo plano, y entonces los nervios acto de presencia.
Intentando no cometer ningún error fatal que diera al trasto con la captura, pude finalmente llevarlo a la orilla y sacarlo del agua para observar con detalle esa auténtica belleza, un pez extraordinariamente gordo y sano, con una genética única y que arrojó en la báscula un peso de 3,300 gramos. Tras unas fotos que inmortalizasen la captura y un video rápido de recuerdo, lo devolvimos al agua para que pudiese volver a hacer feliz a otro pescador tan afortunado cómo yo.
El resto de la tarde transcurrió igual que la mañana, y no fue hasta última hora cuando otro pez, que también parecía enorme, volvió a atacar mi brachiostick, pero he de reconocer que en esta ocasión me pilló desprevenido y, cómo suele ocurrir con los más viejos y experimentados, tras desaprovechar la oportunidad concedida no habría una segunda.
Para acabar este relato, que cómo siempre se ha alargado quizás demasiado, por lo que os pido perdón, quiero dedicárselo a mi compañero de fatigas Jorge Barquero por acopañarme en esta ocasión y ser partícipe en tantas otras de esta locura.
Un abrazo muy fuerte compañeros, espero que os haya gustado y que estéis todos muy bien, cuidaos mucho.
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