De vuelta al Zujar

De nuevo en pie, otra vez la alarma, con su estruendo inconfundible y al que tantas y tantas veces maldigo cuando me despierta de un sueño plácido y reconfortante para enfrentarme a la rutina de los días de trabajo, esta vez tiene un sonido distinto, casi se diría que agradable, y es que este es uno de los muchos efectos de esta enfermedad que a tantos y tantos pescadores contagia, hacer que uno se levante de la cama animado y contento a pesar de haber dormido muy pocas horas y teniendo por delante una jornada agotadora.
Y de nuevo comienza el ritual de revisar todos y cada uno de los detalles, algo especialmente para los tipos despistados como yo. No puede faltar tal o cual señuelo, los carretes bien surtidos de las líneas adecuadas y un par de bobinas, por si acaso, que aunque uno lleva ya muchos años en estas lides esos terribles “pelucos” siguen estando presentes en cualquier descuido y, para finalizar, todas y cada una de las cañas dispuestas, cual armas, para el comienzo de la batalla.
Llega entonces uno de los mejores momentos, el encuentro con los colegas y los primeros saludos e intercambios de opiniones de una jornada que, como pasa al buen amante de este deporte, ya había comenzado unos cuantos días antes cuando coges el teléfono y marcas el número de ese amigo con el que tanto te gusta compartir lances y opiniones, con el que tomas ese desayuno entre bromas y esa cervecita a mediodía cuando el calor ya se hace insoportable. Pero también cuando estás en casa pensando en el escenario de pesca y toca hacer una selección de señuelos y cañas con las que esperas tener éxito al día siguiente, y es que no es sólo el hecho de coger un pez, sino todo lo que ello conlleva, tanto antes como después, lo que hacen que la pesca sea tan adictiva, no sólo cuenta el resultado de una jornada de pesca, sino también las experiencias vividas y los nuevos aprendizajes y grandes recuerdos que te quedan de cada jornada y que te hacen mejor pescador y, porque no, mejor persona.
El destino elegido en esta ocasión, el embalse de Zujar, uno de los grandes desconocidos para los cuatro amigos que habíamos quedado, pero que tan gratos recuerdos me traía del año anterior en el que me premió con la captura un precioso barbo de 10 kg que, a día de hoy, sigue siendo una de las experiencias más intensas y espectaculares de las que he podido disfrutar pescando en superficie.
 
 
Con tales antecedentes y antes de que los rayos del sol comenzaran a cambiar el tono del cielo del negro de la noche al azulado del amanecer, estamos ya cruzando la presa del embalse de la Serena en dirección al lugar donde poder echar el barco al agua.
Y al bajar del coche, ya en la orilla del embalse, nos recibe ese frscor tan agradable de los amaneceres veraniegos y, una sóla mirada al agua basta para desatar ese cosquilleo ante la inminencia de una nueva jornada,  de las nuevas experiencias que vivir y las más que posibles anécdotas que archivar para formar parte de nuestro glosario de batallitas, que con fortuna podremos contar a nuestros descendientes cuando la edad o las circunstancias nos impidan poder volver a disfrutarlos y vuelvan a nosotros en forma de los gratos recuerdos de esos días vividos integramente a pie de agua, rodeado de buenos amigos y haciendo aquello con lo que uno disfruta más que con cualquier otra cosa, pescar.
Así que, sin perder más tiempo del justo y necesario para colocar dentro todo lo necesario y ocupar nuestros asientos, giramos la llave y por fin oímos el tan ansiado rugido del motor, pistoletazo de salida para unas cuantas horas en las que olvidarse de todo y centrarse en disfrutar.
El primer destino elegido, una de las diversas islas de las que dispone el Zujar en las cercanías del trasvase con el embalse de Orellana. Aunque anteriormente podía ser localizada facilmente desde largas distancias,  en esta el altísimo nivel que presentaba el embalse iba a dificultar bastante esta tarea, ya que, había quedado reducida a un dimunuto islote formado por una única y casi vertical piedra que, a modo de atalaya, apareció de pronto rompiendo la hegemonía y continuidad de una superficie tan calma y estanca como un espejo.
Una vez localizada nos aproximamos lentamente con el motor eléctrico y decidimos ir lanzando con la intención de detectar la posible localización de los peces sin dejar de observar en la sonda todas y cada una de las formas del suelo, sus estructuras, desniveles y profundidades, buscando el que, en nuestra opinión, pueda ser el sitio más idóneo para sorprender a un gran pez que lo hubiese elegido como trinchera desde la que preparar su emboscada y lanzar su mortífero ataque al descuidado pececillo que, a estas horas en las que la falta de luz tiñen aun a las aguas de un color oscuro y misterioso, tiene clara desventaja ante los evolucionados ojos del depredador, adaptados a estas condiciones de escasa visibilidad.
Las estructuras que dan acceso a la isla no pueden ser mejores, ya que disponía, por una de sus caras, de una caída casi vertical desde los tres a los veinte metros, con varios escalones en los que varias piedras sumergidas marcaban el punto exacto del desnivel y, por la otra cara, una larga playa con una desnivel suave y progresivo hasta los nueve metros. Sin embargo en esta ocasión los peces no estaban dispuestos a ponerlo fácil y, a pesar de peinarla con calma y probar en todas las capas de agua nuestra primera parada se saldó con un par de picadas tan tímidas como casi imperceptibles que no llegaron a más, pobre resultado para las expectativas levantadas por la postura, pero así es la pesca y, en esta ocasión, los peces parecían retarnos y hacernos saber que tendríamos que afinar mucho más si queríamos dar con ellos.
Decidimos entonces deshacer en parte nuestros pasos y acercarnos hasta otro pequeño islote que asomaba unos cientos de metros atrás, uno más próximo a la orilla y, en principio,  mucho menos atractivo. Pero uno no puede ni debe quedarse nunca con esas primeras impresiones ya que, como en muchos otros aspectos de la vida, hay que profundizar y conocer a fondo antes para poder llegar a un juicio adecuado.
Lo que parecía una zona sin gran interés pronto comenzó a llamar nuestra atención porque como pasa con los icebergs en el mar, uno nunca sabe que sorpresas pueden esperarnos debajo. En este caso estábamos situados a nos ciento cincuenta  metros de la isla y la sonda marcaba 24 metros de profundidad, medida que se mantenía estable durante bastantes metros hasta que, sin previo aviso, pasaba de 24 a 10 metros, pasando después de forma más gradual hasta los 7 metros y los 5 metros en las postrimerías de la isla. Este tipo de estructuras, llamadas “drop off” por los americanos (caídas casi verticales de profundidad en el lecho) suelen ser auténticos imanes para grandes peces, sobre todo cuando se encuentran alejadas de las orillas, ya que le ofrecen la posibilidad de acceder a zonas relativamente someras donde suelen alimentarse los peces sobre los que depredan y les brindan a la vez la seguridad y protección de tener una vía de escape hacia aguas más profundas en las que sentirse mas confiados, y que también suelen usar como zona de descanso en momentos en los que se encuentran apáticos o inactivos.
Una vez localizada una zona así es de preveer que será visitada por grandes peces, sobre todo si además reunen ciertas características como son un fondo de composición adecuada o la disponibilidad de alimento. Nuestro trabajo consistira pues, basándonos en intentar determinar si se cumple lo anterior y, analizando la época del año o el momento concreto de la jornada en los que nos encontremos, en determinar la profundidad en la que los peces pueden situarse dentro de dicha estructura.
Con lo cual, teniendo un lugar así ante nosotros, tocaba tener paciencia y prospectarlo como se merece, trabajando sin prisa todos y cada uno de los escalones y posibles localizaciónes.
 
 En ese proceso nos encontrábamos cuando la sonda comenzó a marcar lo que parecía una mancha de algas situadas a una profundidad de unos  5 metros, hecho que confirmamos tan sólo un par de lances después cuando uno de los señuelos salió completamente cubierto por ellas.
La situación mejoraba por momentos, parecía el sitio ideal pero, por más que probásemos con diferentes señuelos que cubrían prácticamente todas las capas de agua, los peces seguían sin dar la cara. Decidí entonces hacer algo que puede parecer un hecho sin demasiada importancia pero que me ha demostrado en más de una ocasión, al igual que otros muchos pequeños detalles, que hay que tenerlos muy en cuenta y, de forma más clara si cabe en las jornadas en las que, como esta, los peces se mostraban tan esquivos y caprichosos, y que no es otra cosa que pescar de nuevo la zona cambiando el ángulo de presentación del señuelo.
En concreto decidí probar, en primer lugar, hacer lances paralelos a la orilla a la profundidad exacta en la que se encontraban situados los mantos de algas, puesto que es facil de intuir que pueden constituir una postura excelente al ofrecer a los peces aguas oxigenadas, disponibilidad de alimento en forma de pequeños crustaceos y alevines que en ellas se esconden y una mayor concentración de oxígeno en el agua, y, en caso de que esto no funcionase, colocarme de forma más próxima a la orilla y recoger de forma que el señuelo fuera accediendo desde las capas y escalones más profundos hacia los más superficiales. Aunque pueda parecer que la recogida lógica para pescar desde embarcación es aquella en la que el artificial vaya descendiendo poco a poco de menor a mayor calado, no siempre es así ya que existen muchos factores que pueden determinar la colocación de los peces y los movimientos de los peces y demás organismos que les sirven de alimento y hay ocasiones en que un gran pez, que tiene ya gran cantidad de experiencias vividas, se vuelve especialmente receloso y selectivo y no sólo atacará exclusivamente a determinados señuelos, sino que además sólo lo hará si se le presentan en el lugar y con la dirección que le resulten más naturales.
Como la mayoría de señuelos que habíamos estado utilizando no ofrecían ningún tipo de resultado y las únicas picadas conseguidas se había producido con un jig, decidí anudar un Keitech Modelo II porque, aparte de ser mi favorito, es un señuelo que me transmite gran confianza y en estos momentos en los que los peces dan la espalda lo mejor es pescar con aquello que te ha funcionado en ocasiones similares ya que, además, esto te va a permitir  mantener una mayor tensión y concentración y no perder la pocas ocasiones que puedan producirse.
Me decidí por un jig de media onza en color negro y le acompañe de un tráiler de color morado, ya que aún no existía gran luminosidad y, además, el color negro es un auténtico comodín para pescar casi cualquier situación posible. Colocamos la embarcación sobre la línea de los cinco metros, profundidad a la que se encontraban los algueros, y comencé a lanzar  de forma paralela a la orilla.
Pescar entre algas es algo no apto para cardíacos, ya que a cada momento las algas van reteniendo el señuelo, en cada lance notas como, a medida que tensas la línea hay algo que retiene el señuelo en el otro extremo. Entonces piensas que, sin duda, no se trata de una roca puesto que parece moverse al mantener la tensión, y entonces es cuando uno comienza a ponerse nervioso ante la posibilidad de que sea un pez y, al menos durante unos instantes, existe la duda de si será un remolón y rechoncho bass el que estará reteniendo nuestro señuelo o se trata única y exclusivamente de un alga que está pretendiendo reírse de nosotros.
 
En este continuo estado de tensión me hallaba, pasando mi jig por todas y cada una de las algas sin prisa, a conciencia, cuando al saltar una de ellas, en esos instantes en los que el peso del señuelo desaparece momentáneamente y este parece haber caído en la ingravidez del vacío, una contundente y bestial picada, tan notable que pudo ser perfectamente percibida por el compañero que tenía al lado, me sorprende y consigue que la adrenalina se dispare a tal punto que, durante un breve lapso de tiempo, entre la falta de sueño y lo inesperado de la situación, quedé bloqueado.
Aunque lo que ocurrió a continuación da para mucho, realmente sucedió en tan sólo décimas de segundo, y es que en este periodo de tiempo, que puede parecer algo irrisorio, pueden pasar por la cabeza de un pescador infinidad de ideas que le llevarán a tomar una rápida decisión que le lleve a la consecución o pérdida de la picada.
Tal y como decía, tras ese momento de indecisión, tenso la línea rápidamente y no noto absolutamente nada, mi lentitud de reflejos ha hecho que el pez escupiera el jig, un pez que, por la contundencia con la que lo tomó realmente parecía o muy grande o muy agresivo, opciones ambas que auguraban diversión asegurada. Todo hacía indicar que el pez, ayudado por mi incertidumbre, había ganado la batalla.
Sin embargo, como aquel que cae en la cuenta de algo tan evidente que se sonroja, vuelvo a tensar la línea y me doy cuenta de que algo extraño pasa porque la ausencia del peso del jig es total, y a fin de no volver a tener que arrepentirme por no responder a tiempo, la consigna está clara, clavar sin más dilación y, si puede ser, de forma contundente.
Tras realizar la clavada noto como toda la fuerza ha llegado al otro extremo de la línea y la caña se encuentra ya curvada al máximo. El pez había comido el jig en el salto y había salido disparado hasta nosotros y ahora, tras sentirse enganchado, salió disparado hacia aguas más profundas con un tirón tan bestial que el carrete comenzó a soltar línea a toda velocidad y, durante unos, segundos que a veces se hacen eternos, el pez fue el amo y señor de la situación tirando con furia mientras yo sólo podía aguantar la embestida mirando como el tambor del carrete giraba como loco.
Durante un fugaz instante volvió a mi cabez el barbo del año anterior porque, al igual que en aquella ocasión, el pez era un auténtico misil, con largas carreras en las que, cualquier intento de pararlas en seco habría supuesto la rotura de la línea y la pérdida de tan digno adversario sin poder saber tan siquiera de que especie se trataba.
La lucha se prolongaba sin tregua, con carreras y tirones en las que se podía sentir el chillido de queja de una línea tensa al máximo. Por más que intentaba el pez se mantenía siempre pegando al fondo, luchando con ahínco y mostrando a las claras que no iba a vender nada barata su rendición. Era una batalla tan física, puesto que el brazo comenzaba ya a notar los efectos de la pelea, como psicológica, pues parecía que a este rival le quedaban aun reservas y energías para prolongarla, al menos, un buen rato más y tocaba pues serenarse para no dar al traste con la pelea antes de tiempo y de forma dramática.
 
Por fin, tras varias idas y venidas, parece que el pez comienza a despegarse del fondo, aunque como todo gran pez, tenía guardado para el último momento un as bajo la manga y, cuando sintió que sus fuerzas comenzaban a abandonarle, giro bruscamente y, derrochando sus últimas energía en una espectacular y potente carrera, tomo la dirección de las algas para intentar enredarse en ellas y dar por finalizada la pelea, y en dos ocasiones, en las que por instantes  cundía el desánimo y parecía que conseguiría su propósito, logró meterse dentro y hacer que más de una gota de sudor resbalase por mi frente, y no precisamente por la temperatura que, a la vez que la claridad, también comenzaba a subir, aunque la dura batalla comenzaba a hacer mella y sus carreras y embestidas se volvía cada vez más cortas y menos intensas y pude pararlo a tiempo, antes de que fuera demasiado tarde.
En la plataforma de la embarcación todos atentos al desenlace y opiniones encontradas, unos pensaban que era un barbo, otros que podría ser un lucio y yo, caña en mano, lo único que deseaba era ver asomar por fin al pez. 
 
Entonces, tras unos cuantos segundos de espera, por fin emergía del fondo tan hermoso como espectacular, con su librea marcada y una anchura y longitud que justificaban por sí mismas la duración e intensidad de una pelea difícil de olvidar.
La claridad de unas aguas en aumento por los rayos del sol que ya iban haciendo mella de forma cada vez más notable, dejaba ver a la perfección su increiblemente bella librea con un lomo atigrado, ese color dorado de sus laterales manchado por innumerables y marcados lunares blanquecinos que tan bien conocen los amantes del esócido y que tan buenos resultados les ofrecen para camuflarse y lanzar sus rápidos y mortales ataques y esa cabeza tan característica y que le confieren el fiero aspecto del máximo depredador de muchas de nuestras masas de agua.
 
 
 
Se trataba pues de un precioso y fortísimo lucio que, clavado de forma afortunada en uno de los laterales de su boca en el que no podía cortar la línea,  él que me había hecho disfrutar de lo lindo y que, de haber estado presentes algunos de los que afirman que el lucio es un pez poco deportivo que no ofrece una lucha acorde a su peso, les habría hecho morderse la lengua y mostrar el respeto que se merece esta especie tan querida por unos y odiada por otros, fruto en la mayoría de los casos del desconocimiento y las leyendas urbanas que lo sitúan como poco más que un monstruo y responsable de la desaparición de cuantas especies piscícolas con él conviven.
 
 
Como corresponde a un adversario tan digno, tras unas fotos para el recuerdo fue devuelto al agua para seguir creciendo y así poder hacer que otro afortunado pescador pueda disfrutar de las sensaciones que sólo la pelea con un ejemplar de este porte puede deparar.
Del resto de la jornada sin duda puedo quedarme con los buenos momentos vividos y compartidos con David, Antonio Burguillos y Antonio Hernández, que también tuvieron sus oportunidades y con las esporádicas capturas de los más que reacios basses del embalse, que nos hicieron sudar de lo lindo para ser localizados. Incluso el piki de Antonio Burguillos tuvo un breve y furtivo encuentro con los dientes de otro lucio  que localizamos con la sonda en uno de los escalones cercanos al lugar donde se produjo la captura del mío, del que salió mal parado aunque en esta ocasión la fortuna acompaño al lucio y Antonio no consiguió engancharlo.
Pero, aparte de la pesca, que no se nos mostró precisamente fácil ese jornada, puedo decir que el Zujar volvió a darme una más que grata sorpresa y que pudimos vivir una jornada realmente espectacular, ya que no faltaron los momentos de risas, lances espectaculares, como el de un bass que, tras haber tomado y soltado el señuelo lo persiguió hasta la embarcación completamente enfurecido y que, de no haber sido enganchado y pinchado, probablemente podría haber chocado con esta en el frenesí de su ataque, y los ratitos de charla con estos tres grandes pescadores y mejores colegas, ya que son realmente estos momentos y experiencias compartidos con los amigos los que le dan su sentido pleno a la pesca, y por ello debo decir que soy un privilegiado por poder por compartir tan a menudo ratitos con tan buena gente y, por ellos, a vosotros va la más que merecida dedicatoria de esta crónica, en la que se encierran algunos de los gratos momentos de este día.
Y a todos vosotros sólo pediros de nuevo perdón por no saber contenerme a la hora de escribir y hacer estas crónicas tan extensas y desear que os haya servido, al menos, para poder compartir en parte las sensaciones y experiencias vividas con todos vosotros, compañeros de afición.
 
 
Un saludo a todos y buena pesca.
 
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