Una mañana de niebla

¿Sierra Brava?, no estarás hablando en serio, ¿verdad?. Ese pantano es demasiado imprevisible, sus peces harto caprichosos y aun hace mucho calor, ¿es que acaso crees que porque la tarde antes cayeran unas cuantas gotas los peces van a ponerse a picar como locos?
 
Mi amigo tenía razón, pero contra mi tozudez no se puede. Al día siguiente, con una luna llena que empezaba a desdibujarse con la claridad anunciadora de un nuevo día, nos dirigimos a ese embalse mítico y mágico.
 
Sierra Brava no es ya ese vergel donde los peces de gran tamaño salían casi con cualquier cosa y donde las retamas y encinas sumergidas complicaban cada lance. La presión abrumadora que ha sufrido y aun padece en momentos concretos, gracias a la fama de aquellos años de bonanza, una falta de gestión que raya en lo chapucero y la escasa concienciación de muchos de sus visitantes que con su eslogan de “aquí hay muchos peces, por muchos que pesques no los terminas” por bandera, han hecho auténticas barbaridades o aquellos otros que se dedicaron a podar las encinas y ramas que molestaban a sus cañas en los momentos de mínimo caudal, han transformado a este mítico paraje en un lugar muy diferente con peces extremadamente caprichosos y cambiantes y grandes y yermas planicies donde ahora sólo las carpas campan a sus anchas.
 
Sin embargo, y esto lo saben todos aquellos pescadores amantes del bass que lo visiten con asiduidad, este embalse sigue conservando parte de su magia y su encanto intactos, con rincones que deleitan al pescador por su belleza y basses enormes, cuya captura cada vez más esporádica, no hacen sino aumentar el síndrome de abstinencia que provocan sus orillas y lo convierten en uno de los escenarios más adictivos que conozco. Creo que mis palabras se justifican más que suficientemente con esta instantánea que mi amigo Antonio Burgillos captó con su camara para regalarme y para deleite de los recuerdos y los sentidos.
 
Mi amigo tenía razón, unas últimas semanas especialmente calurosas y las primeras lluvias de septiembre, si es que se pueden catalogar tan magnánimamente a las “cuatro gotas” de la tarde anterior, no hacían presagiar un cambio especialmente notable en unos peces que, tan sólo unas semanas atrás estaban completamente desaparecidos.
 
Pero eso daba lo mismo, con las ganas y la ilusión al máximo exponente para afrontar una nueva jornada de pesca, tomamos un café bien calentito y una tostada para coger fuerzas y dirigirnos al agua.
 
El día ya despuntaba con una suave brisa que rizaba ligeramente la capa más exterior del líquido elemento y se notaba en el ambiente vespertino el frescor típico de los restos de humedad aún conservados en esas primeras horas de los días posteriores a las precipitaciones. Una fina capa de niebla surgía ligeramente por encima de la superficie de unas aguas cuya temperatura, superior a la capa gaseosa que la rozaba, provocaba ese extraño y bello efecto que le confería al embalse un aire de suspense y misterio en una ya de por sí, quieta y silenciosa mañana de septiembre.
 
Tal y como mandan los cánones en estas situaciones, sin pensarlo, anudo a mi caña un señuelo de topwater, pero no uno cualquiera, quería un señuelo oscuro, puesto que son estos colores los que mejor se detectan al marcar claramente su contorno cuando se miran a contraluz en condiciones de escasa visibilidad, y, además, voluminoso y ruidoso para atraer la atención de un gran pez.
 
La elección estaba clara, tomé mi Yamato negro y lo fije a la punta de mi línea. Comenzaba la partida…
 
¿Mi primera elección?, un puntal de pizarras afiladas y puntiagudas que perfilaban el contorno de una entrada a la recula en la que comenzamos nuestro periplo y que, tal y como pude comprobar en momentos de menor nivel, dan acceso rápido a aguas más profundas.
Tras unos cuantos lances en los que tantear la postura en paralelo y desde todos los ángulos posibles no hay ningún resultado, pero la idea de la picada de un gran bass en superficie sigue rondándome la cabeza y a veces es la insistencia y la confianza nuestra mejor baza para ganar la batalla, ¡no me rendiría tan fácilmente!
 
Los efectos de un sol que ya despertaba con ganas, tras una tarde de asueto que pasó jugando al escondite con los negros nubarrones, comenzaban a hacerse cada vez más patentes y su calor comenzaba a elevar la temperatura del aire, lo cual causó que la brisa de la mañana poco a poco se detuviese y la niebla fuese desapareciendo, dando lugar a lo que ya se adivinaba como un día soleado y, con ello, las opciones de hacer picar en superficie al tan ansiado bass se iban reduciendo.
 
No es que quiera decir con esto que los grandes basses sólo sean accesibles en superficie a primera hora, de hecho hay momentos y jornadas en los que los peces más grandes se perfilan claramente a cazar arriba, pudiendo hacerlo en cualquier momento del día, especialmente cuando se encuentran situados bajo los bancos de alburno. En dichos casos una punta de actividad alimenticia puede producirse en el instante más inesperado, pero como bien sabe el pescador de orilla, la disposición y localización de estos en las primeras y últimas horas de las jornadas veraniegas hacen que el porcentaje de efectividad con este tipo de presentaciones aumenta considerablemente.
 
¿El siguiente lance? A la izquierda de la postura anterior, un lugar donde una línea de pizarras desparece bajo las aguas y tres ramas, retorcidas y espaciadas, salen de la superficie indicando la localización de una encina sumergida.
Vista tal cual, esta no parece gran cosa si la comparamos con otras que se encuentran en sus proximidades, con brazos mucho más tupidos y frondosos, pero, tal y como ocurre con los icebergs, de los que en muchas ocasiones sólo podemos observar un minúscula fracción de su forma y tamaño totales, tras ese árbol unas cuantas rocas y una caída rápida y vertical a aguas más profundas lo hacen diferente de todos los demás, y es que es esta unión de cobertura más estructura la que convierten en atractivo, ante los ojos de un gran depredador, un lugar determinado.
 
El lance ha sido perfecto, el señuelo pasará por el centro junto. Comienzo la recogida tras dejar que las ondas producidas por la caída desaparezcan, dejando la superficie tal y como se encontraba.
 
Nada se escucha alrededor, sólo el golpear de los rattles de mi señuelo contra sus paredes en cada zig-zag, en cada sacudida de la caña. Se acerca cada vez más a la confluencia de las ramas de la encina y la tensión y concentración aumentan tanto que, durante los siguientes compases, nada más está en mi mente que ese paseante, su sonido y su deambular…
 
El silencio se ha roto, el señuelo ha desaparecido por completo tras una picada brutal y mi cerebro aun está procesando esas imágenes, esos segundos.
 
Esa figura oscura que ha salido lanzada hacia arriba, sacando hasta el último centímetro de su cuerpo del agua para atacar a ese perdido y despistado pececillo que ha pasado por encima de sus fauces en el lugar y momentos equivocados, provocando un sonido tan claro y brusco que mi compañero, situado bastante lejos de mi postura ha podido sentirlo con total nitidez y ya viene hacia mí.
 
El bass, ya prendido sin remedio, ya se ha vuelto a sumergir y está empeñado en poner a prueba la resistencia de mi equipo, embiste con furia hacia el fondo tras sentirse estafado por lo que presumía una comida fácil. Su estrategia se basa en unas carreras hacia las aguas profundas donde se siente más seguro y protegido, con cambios de dirección tan rápidos que la línea corta la superficie a toda velocidad, silva, sufre, pero ha dirigido la batalla hacia aguas libres de obstáculos y, ahí, la tiene perdida.
 
Un último as bajo la manga, como digno adversario versado en mil batallas a lo largo de su vida. Sus últimas energías concentradas en un último salto en el que mueve sus fauces frenéticamente para expulsar ese señuelo que le mantiene prendido, y donde muestra la majestuosidad y la fuerza de gran depredador, su escaramuza final.
 
Ya por fin se encuentra en mis manos y es un animal sencillamente precioso. Un depredador en plenitud de facultades, rechoncho e imponente.
 
Pienso entonces que, con el espectáculo que me ha brindado con su picada y su lucha posterior, ya cayeron en el olvido las escasas horas de sueño y los kilómetros recorridos esa mañana y han aumentado, más aun,mi respeto y admiración por un animal que logra brindarte estos ratos de felicidad y una afición que, sencillamente, ya forma parte de mi.
 
Aquí os dejo la instantánea que, en un futuro, servirá de recuerdo de esta jornada que terminó con más capturas y momentos que, aunque memorables también, no quedaron grabados en mi retina y mi memoria con la intensidad del relatado.
 
 
 
Espero que os guste esta crónica y haya conseguido, al menos en parte, transmitiros algunas de las sensaciones y pensamientos que me asaltaron en esta jornada.
 
Un saludo a todos y, hasta la próxima crónica.
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