Un pulso a la confianza

Nunca sabré porqué decidí ser pescador, quizás sean los caprichos del azar los que hicieron que me llegase, en forma de regalo, mi primera caña de pescar, una vara de fibra de vidrio de poco más de un metro de larga y más flexible que un junco que ahora vería como algo totalmente inservible y, sin embargo, fueron esas primeras sensaciones vividas con ella las que sembraron en mí esta semilla que no hace más que crecer con los años.
Quizás llegue el día en que ya no pueda vivir con intensidad y emoción cada captura y se pierda esa “chispita” que provoca la picada, esa subida de adrenalina que nos desconecta del mundo por unos instantes, y será el momento de colgar las cañas de forma definitiva, aunque a día de hoy pienso que si ese día llegase habrá muerto sin remedio una parte de mí.
Estas reflexiones llegan al hilo de lo acontecido en mi última salida de pesca, tan sólo unos días atrás, en la que las condiciones climatológicas eran cualquier cosa menos alentadoras con frío, niebla y, por si fuera poco, un buen catarro como compañero.
En tales circunstancias la lógica incita a permanecer en casa, al calor del hogar, y dedicar el día a otros menesteres, pero ese veneno al que antes aludía y que tan profundamente llevo arraigado nos hace tomar a veces decisiones que, para el resto de mortales que no tienen a la pesca por hobby, parecen cuanto menos insensatas.
Y de nuevo ese horrendo sonido de la alarma, tras escasas horas de sueño, no resultaba tan molesto en esta ocasión…
Unos minutos después, tras cargar el coche y revisar que nada se olvidase, especialmente la ropa para evitar en lo posible las inclemencias del tiempo, ya me encontraba en la puerta de mi buen amigo David Sosa para poner rumbo a nuestro destino y disfrutar de una jornada de pesca invernal junto a otros dos grandes amigos cordobeses, Iván García y su padre, Pepe, con los que nos habíamos dado cita al lado del embalse.
No tardamos mucho en recorrer el camino hasta el agua, o mejor debería decir que las ganas de llegar y una charla amena hicieron que el tiempo empleado en ello pareciese poco más que un suspiro, y, sin dejar transcurrir mucho tiempo y con una niebla que desdibujaba en gruesos trazos la orilla opuesta, entramos en el agua.
Empezaba una jornada que se esperaba difícil en cuanto a picadas, pero no por ello menos apasionante.
La pesca en invierno, sobre todo en lo referido al bass, es una experiencia muy recomendable porque de forma asidua te plantea un reto al “todo o nada” y en el que la confianza en tu forma de pescar será puesta a prueba.
Analizada la situación es algo lógico, la bajada de la temperatura del medio líquido afecta a todos sus habitantes y, de forma marcada, a los peces, puesto que son animales de sangre fría. Los efectos de dicho descenso van estrechamente relacionados con el metabolismo del pez, que desciende de forma directamente proporcional al descenso de su temperatura corporal.
De esta manera un pez con un metabolismo reducido tendrá una menor necesidad de ingestión de calorías y, por tanto, sus periodos de alimentación serán más breves y espaciados en el tiempo.
Si además de lo anterior tenemos en cuenta que la localización del alimento se vuelve más complicada y reducida a áreas muy concretas del embalse la conclusión es bastante sencilla, la probabilidad de capturar a un bass se reduce drásticamente puesto que sólo habrá basses activos en determinadas estructuras y momentos muy cortos e intermitentes.
El conocimiento de esta situación, más que impulsar al pescador a dejar de pescar hasta otros momentos con probabilidades de éxito más halagüeñas, debe orientarnos a la hora de planificar y distribuir el tiempo en nuestras jornadas de pesca, volviendo una vez más a tener en mente la importancia del “timming”.
Hay muchas maneras posibles para afrontar este reto. En mi opinión y según dicta la razón y mis experiencias, la más productiva es trabajar con paciencia unos pocos puntos en cada jornada de pesca y esperar a que el bass entre en su periodo de actividad,  teniendo nuestro señuelo en su área de acción cuando eso suceda, aunque esto no es más que una de las mil maneras en las que uno puede plantearse dicha situación y basada en mi humilde opinión, que es igual de válida o nula que la de cualquiera.
Una vez hecho este inciso, y volviendo a la jornada de pesca que sustenta este relato, nos encontrábamos en la orilla opuesta, ya que la orilla en la que montamos los patos y el catamarán estaban ocupadas por pescadores de carpfishing, y comenzamos a tantear la primera de las posturas, una punta con suave inclinación que se prolonga bastante y que dispone de un pequeño escalón con varias pizarras situadas justo antes del desnivel que da acceso a aguas más profundas.
Trabajamos el punto con paciencia, a pesar de la brisa incesante que nos hace aletear sin cesar para mantener la posición y nos hiela las manos. Tras más de media hora en la que barrimos la postura desde diferentes ángulos para asegurarnos que nos quedaba un solo palmo de la zona productiva sin tocar mi compañero David aseguraba haber tenido una picada.
 Un lance paralelo a la orilla y, tras rebasar el señuelo las pizarras por enésima vez, al levantar la caña lentamente, pude percibir una sensación completamente distinta, sentí una pequeña retención seguida de un rápido toque e, inmediatamente después, la nada. Un pez había tocado y retenido el señuelo en la boca de forma tan sutil y eléctrica que no me ofreció ni la más mínima posibilidad de realizar la clavada, sin embargo, esa leve sensación hizo que mi adrenalina se disparase y se disipase, al menos momentáneamente, esa sensación de frío reinante.
Como era de esperar, a pesar de insistir durante un buen rato más y probar diferentes estrategias como reducir el tamaño del señuelo, cambiar el color, el tipo de señuelo, el ángulo de lance y todas las demás variables que pasaron por mi imaginación para volver a incitar al bass,  parecía que nuestro rival no se encontraba en absoluto dispuesto a ofrecernos una segunda oportunidad, y decidimos que había llegado el momento de cambiar de zona.
Pasamos a tocar a continuación varias puntas con escalones más pronunciados y cercanos a la orilla, en cuyos alrededores se encontraban estructuras más que interesantes, como acumulaciones de rocas y algunas piedras sueltas, y que las convertían en localizaciones óptimas para encontrar un bass alimentándose y no tardaría en producirse la primera captura.
Fue David, en un lance ajustado al borde de una estructura y al primer toque tras dejar al jig profundizar hasta la base de la misma, el que consiguió engañar y pescar el primer bass del día, un ejemplar sano y rollizo cercano al kilogramo de peso con el que se abría la jornada tras varias horas  en el agua y que nos sirvió de acicate para seguir intentándolo.
Las rachas de aire frío que arrastraban como una sombra densos bancos de niebla no cesaban y los peces, a excepción de dos pequeños lucios que habían sucumbido a nuestros engaños, parecían estar totalmente inactivos y desaparecidos, con lo cual decidimos hacer un descanso y salir a la orilla más cercana a reponer fuerzas con un buen bocado y una charla amena.
Poco duró este momento, pues a pesar del frío y la ausencia de picadas, las jornadas invernales son especialmente cortas y los periodos de actividad tan reducidos que no se debe perder mucho tiempo si uno quiere maximizar nuestras opciones de éxito. El periodo de actividad de ese día puede producirse en cualquier instante y, justo en ese momento, tenemos que encontrarnos en el lugar indicado.
Tras unos minutos de charla y descanso, volvimos al agua para aprovechar nuestras tres últimas horas de pesca. Los peces no querían ponérnoslo fácil, pero casi nada que merezca la pena lo es, y, en esta ocasión, íbamos a salir vencedores del pulso.
Seguimos trabajando las mismas localizaciones de antes, ya que se trataban de lugares en los que la posibilidad de que un bass los elija para alimentarse activamente en estos momentos es muy elevada, al disponer de algunas de las características fundamentales que una estructura debe poseer para convertirla en atractiva ante los ojos del depredador, una conexión de aguas someras con aguas más profundas, una composición del fondo adecuada, disponibilidad de alimento y una orientación que le aseguran muchas horas de sol, entre otras.
 Fue de nuevo David, esta vez con un lance situado a una zona relativamente somera, pero situada justo en el acceso a un desnivel muy pronunciado, el que consiguió el segundo bass de la jornada, algo mayor que el anterior, ya más cerca del kilo y medio de peso, un pez realmente bonito y rebosante de salud.
Tras esa captura se sucedieron los minutos sin nada a reseñar, casí hora y media sin signo alguno de actividad, por lo que decidimos emprender la vuelta para tocar de nuevo las dos posturas que habíamos pescado por la mañana y jugar allí nuestras últimas bazas.
En una de ellas, constituida por grandes bloques de piedra que dan acceso a una caída importante mi tocayo Iván consiguió capturar otro lucio que, tras una picada propia del más prudente de los basses y una lucha intensa, le hizo soñar, por unos instantes, con haber capturado un buen bass.
Pasadas ya las cinco de la tarde Pepe decidió dar por concluida la jornada y comenzar a regresar poco a poco al coche debido a que la niebla volvía a hacerse más intensa y patente, oscurenciendo el ambiente de una jornada en la que el sol parecía haberse tomado unas vacaciones, y provocando un nuevo descenso de la sensación térmica. El resto, mientras tanto, aprovecharíamos la última media hora de luz.
David se había decidido por volver al lugar donde conseguimos las primeras picadas. Iván y yo, por el contrario, decidimos quedarnos en la segunda de las localizaciones, un lugar donde unas piedras sueltas dan acceso a varias zonas colindantes de mayor profundidad.
A estas alturas de la jornada, y en pie a los resultados obtenidos hasta el momento, me encontraba hablando con Iván sobre como habíamos planteado la pesca en ese día y la dificultad de la pesca en Invierno, pesca extrema donde las haya, no sólo por las condiciones climatológicas especialmente duras, sino por enfrentarnos a una situación que suele saldarse bien con la captura de un gran ejemplar o bien volviendo a casa sin haber obtenido ni el más mínimo signo de vida al otro lado de la línea.
Analizábamos los lugares elegidos y la forma de trabajarlos, y nos planteábamos la eterna duda del pescador sobre cuánto tiempo debe dedicarse a cada postura, ya que una mala toma de decisiones puede llevarte a permanecer demasiado tiempo en un lugar estéril o, por el contrario, un cambio prematuro puede hacer que, cuando se produzca el periodo de actividad, no te encuentres en el lugar adecuado.
En esa animada charla estábamos mientras mi señuelo trabajaba, casi de forma mecánica tras la inmensa cantidad de lances realizados durante la jornada, el lugar elegido y , tal y como pasaba en cada uno de ellos, de nuevo enté en tensión al notar el contacto con las rocas sumergidas que marcan el punto de inflexión entre la parte más somera y el acceso directo a las zonas de mayor calado.
 El jig rebasó el obstáculo sumergido, momento en el que lo dejé caer libremente hasta el fondo, algo imprescindible si queremos tocar concienzudamente cada palmo de la estructura, especialmente aquellos puntos donde, en la mayoría de ocasiones, se producen las picadas, y en esta ocasión no sucedió lo mismo que en los cientos de lances precedentes… un delicadísimo toque se transmitió cual impulso eléctrico hasta la empuñadura de mi caña acelerando mi pulso y llevando a mi mente la doble disyuntiva de, por una parte, determinar si se trataba de una casi imperceptible picada o, por el contrario, habría entrado en contacto con algún obstáculo en su libre descenso hacia el fondo y, por otra parte, si debía clavar inmediatamente para evitar que se repitiese lo sucedido a primera hora de la mañana arriesgándome a que el pez no huiese tomado por completo mi señuelo o comprobar de nuevo si había vida al otro extremo con la posibilidad de que el pez lo escupiese para no volver a tomarlo más.
En esta ocasión, por fortuna, la duda fue resuelta acto seguido con dos rápidos y claros toques que me hicieron clavar casi de forma refleja. La respuesta del pez no se hizo esperar, salió disparado hacia un costado y sus carreras eran rápidas y constantes, sin las típicas paradas y tirones con los que el exocido suele defenderse. Parecía que en esta ocasión había clavado un bass…
Un rápido ascenso hacia la superficie coronado con un salto en el que el pez sólo dejo entrever su boca confirmaron la predicción, se trataba de un bass que, acorde al tamaño de sus fauces, parecía un bonito ejemplar sin más, un premio a la insistencia.
Sin embargo algo extraño sucedía, el pez luchaba con una fuerza que no iba en consonancia con el tamaño que tanto mi tocayo como yo mismo le habíamos calculado, dirigiéndose con decisión y potencia hacia aguas más profundas y alargando la pela mucho más de lo esperado. ¡¡No iba a entregarse tan fácilmente!!
Tras varias carreras más hacia el fondo por fin comienza a rendirse y, asciende hasta la superficie exhausto, pero lo hace por debajo de una de las bananas del catamarán y esto no me permite ver al pez con claridad…
Ya tengo su boca a mi alcance y, tras cogerlo y levantarlo del agua, casí no podía creer lo que estaba viendo ya que, si bien poseía una cabeza relativamente pequeña, su enorme y desproporcionado cuerpo lo convertían en un auténtico big bass, una de las capturas más grandes que he tenido la fortuna de conseguir en este año que poco a poco llega a su fin y el regalo que más ilusión podría hacerme para estas navidades.
Tras unas fotos de rigor y con la perplejidad aun reflejada en mi rostro por  el tamaño y el peso que arrojó en la báscula, muy cercano a los tres kg de peso, soltamos de inmediato a esa auténtica belleza, rolliza y potente, para que pudiese volver a su medio y seguir creciendo.
Quizás algún día nos volvamos a encontrar o haga realidad los sueños de otro afortunado pescador, quien sabe, pero un animal tan espectacular no se merece otro fin que retornar a las profundidades de donde salió y dejar su privilegiada genética impresa en futuras generaciones de basses.
El pez regresa sano y salvo a su entorno y, en esta ocasión, salimos victoriosos del reto que, tan gustosamente, aceptamos en cada salida de pesca en estos momentos del año tan complicados, con basses muy duros y días difíciles. En estas situaciones en las que las picadas son tan débiles y, a menudo, hay que realizar una clavada rápida y contundente a profundidad, es cuando una buena caña puede marcar la diferencia y, sin duda alguna, la Gunslinger o su sucesora, la Black Gunner, son las mejores cañas del mercado para este cometido.
Aquí os dejo algunas instantáneas del protagonista del relato, dedicado como no puede ser de otra manera a David Sosa, Iván García y Pepe García, compañeros de jornada y sin los que esta experiencia no habría sido la misma, ya que el compartir buenos momentos y experiencias con compañeros y amigos es, en mi opinión, parte esencial de los múltiples componentes que integran el significado de la palabra “pesca”, más importantes, que capturas conseguidas o lo éxitos cosechados en las competiciones del sector.
Espero que os haya gustado esta crónica y os pido disculpas por la extensión de la misma o los incisos con los que, a veces, desvío el relato en ciernes, pero son ideas, pensamientos y experiencias que me gusta transmitir y compartir, por si a alguien pudiesen resultar mínimamente interesantes.
Un abrazo compañero y, hasta la próxima crónica.
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