UN LANCE PARA EL RECUERDO

De todos los escenarios que he tenido la suerte de conocer y pescar a lo largo de mi vida el río es, sin lugar a dudas, el más especial para mí, ya que fue el lugar donde nació mi locura por este deporte y viví esas sensaciones que, desde el instante inicial de la primera batalla con un pez, sabía que me habían atrapado para siempre.
Innumerables son los recuerdos que conservo de mis salidas de pesca en este entorno tan bello como exigente y cambiante, sometido a cambios de nivel repentinos y a modificaciones de sus estructuras y coberturas provocados por las crecidas que, cual niño que trastea con su juguetes favoritos, pone y hace desaparecer a su capricho apostaderos aquí y allá, obligando al pescador a comenzar desde cero en la búsqueda de los mejores lugares para localizar y engañar al diablillo verde.
Y, de todas estas jornadas, recuerdo con especial intensidad la vivida este mismo año en un nublado y fresco día del mes de febrero, tan loco y variable en lo climático como el comportamiento de los basses, en especial las grandes hembras en prefreza, que barruntan días más cálidos y una creciente abundancia de comida, alternando días de gran actividad con otros de apatía total.
Todo comenzaba con una llamada a un par de amigos para compartir lances, Iván García y Abel Masero, que se animaron sin dudarlo ante la perspectiva de poder engañar a algún buen bass en una de las innumerables tablas del rio Guadiana, auténtico paraíso para la pesca de depredadores que, lamentablemente, sufre durante los últimos años la invasión del camalote hasta el punto de que en algunas de ellas es totalmente imposible divisar tan siquiera unos centímetros de agua, con el daño que ello conlleva a las especies de peces y animales que lo habitan.
La tabla elegida había sido limpiada parcialmente en las últimas semanas, lo que unido a la merma que esta planta sufre durante los meses más gélidos del año, nos permitiría pescar gran parte de sus orillas por lo que, tras preparar los patos y pertrecharnos adecuadamente con todas las prendas de abrigo que teníamos a mano, comenzamos una jornada de pesca invernal que no olvidaríamos fácilmente.
Ni Abel ni Iván conocían la tabla por lo que, previamente, les expliqué los lugares que me habían proporcionado buenas capturas la semana anterior y les indique aquellos datos que conocía del lugar por si les resultaban de ayuda (posiciones de árboles sumergidos, algueros, escalones, etc) y, sin más dilación, nos pusimos manos a la obra basando nuestras opciones iniciales en dos señuelos básicos, el jig y el jerk duro.
No tardó mucho en llegar la primera picada, Abel colocó su jerk en paralelo a una concentración de camalote de la que sobresalía la punta de una rama sumergida y, tras un par de toques, un bass cogió su señuelo, aunque no con la suficiente determinación como para quedar trabado y, aunque fuese una picada fallida, la premura con la que sucedió nos daba a entender que los peces podrían estar bastante receptivos, pero nada mas lejos de la realidad.
Se sucedieron los lances peinando a conciencia las zonas que, a nuestro entender, resultaban más querenciosas, sin resultado alguno hasta que, en un alguero situado a escasos metros de unos árboles semisumergidos y que cortaba el flujo de la corriente del río, tras colocar mi jig en la parte más espesa de la mancha, noté un ligerísimo toque, que más bien pareciera el roce con una pequeña piedrecilla.
Cómo la experiencia me ha enseñado que los peces pueden ser extremadamente salvajes o sumamente sutiles cuando toman el señuelo, en función de mil factores (grado de actividad, presión de pesca, etc) y que sólo se dispone de unas décimas de segundos para reaccionar, decidí que lo más sensato era clavar, ya que lo peor que podría ocurrir es que realizase una clavada al vacío que sirviese de anécdota para los siguientes minutos y, para mi fortuna, la línea comenzó a silvar y a desplazarse hacia el cauce del río a toda velocidad, síndrome inequívoco de que al otro lado de la línea había vida, y además parecía un buen ejemplar.
Tras una lucha breve, pero intensa, conseguía introducir en la sacadera la primera captura de la jornada, un precioso bass que pasó por poco la barrera de los 2 kg, nos daba la primera gran alegría del día y nos cargaba las baterías para seguir intentándolo aún con más ganas, aunque los peces estaban dispuestos a poner a prueba nuestra paciencia.
Ya habían transcurrido un par de horas desde la captura sin que ninguno de los tres, a pesar de tocar las zonas más prometedores, hubiese tenido el más nimio indicio de actividad, y ya se acercaba la hora de comenzar el retorno hasta los coches y hacer un breve receso para reponer fuerzas con un buen almuerzo, descansar unos instantes y calentar la temperatura de pies y manos que, tras toda la mañana expuestos a las bajas temperaturas, ya comenzaban a resentirse.
Puesto que debíamos tocar las mismas zonas en el regreso que acabábamos de tocar tan sólo unos minutos antes sin resultado, regresábamos muy cercanos unos a otros charlando animadamente y, entre quejas por lo difíciles que se habían mostrado los peces y las risas generadas por algunas de las anéctodas que unos y otros íbamos relatando, lanzábamos a lo largo de toda la orilla peinándola al milímetro, incluso lanzando de forma consecutiva, casi por mera mecánica, a las posturas más atractivas.
No parecía este el mejor modo de proceder para conseguir una gran captura, tanto por los antecedentes de las últimas horas como por las circunstancias en las que estábamos pescando, sin embargo la pesca y los basses tenían una buena lección preparada para nosotros, y es que en cualquier lance, hasta en las situaciones menos halagüeñas, se puede producir una gran captura.
Nuestra memoria fotográfica, haciendo honor a su nombre, congela y graba a fuego en nuestra mente ciertos momentos que nos resultan impactantes, tanto positivos como negativos, lo que nos permite revivirlos con total nitidez muchos años después de que acaeciesen y, lo que sucedió a continuación, se quedó grabado a fuego en mi retina…
Iván, Abel y yo nos encontrábamos frente a un gran árbol caído junto a la orilla y situado de frente a la trayectoria de la corriente del río, cubierto en gran parte por camalote y con una gran masa de juncos que se adentraban varios metros en el río situados tras el. Puesto que es una postura evidente, Iván que iba en primer lugar realizó un par de buenos lances con su jig, ajustado a la parte del árbol desprovista de vegetación sin resultado alguno. Tras el iba situado Abel, que realizó un lance muy similar con el mismo señuelo y el mismo resultado.
Tras ambos iba colocado yo y, mientras charlaba distendidamente con ellos, realicé un lance al mismo lugar que ambos, dejando que mi señuelo cayese al fondo y manteniéndolo inmóvil durante unos instantes. Puesto que ambos habían tanteado la misma postura y que íbamos realmente cerca unos de otros y hablando no esperaba resultado alguno, sin embargo al mover mi caña por primera vez noté, tal y como ya me sucediera unas horas antes, un pequeño golpecito muy sutil. La reacción en este caso fue clavar de inmediato y, de nuevo la línea salía disparada hacia aguas abiertas pasando realmente cerca de uno de mis costados.
Tan rápido pasó por mi lado que sólo pude intuir la silueta de un pez que, a simple vista, parecía bastante largo y que tiraba con una fuerza brutal, lo que me hizo sospechar que se trataba de un buen barbo. Tras unos segundos de lucha, que más bien pareciesen año, y en los que el pez ponía a prueba a mi equipo continuamente con carreras hacia el fondo y hacia los lados a gran velocidad, por fin se acercaba a mi posición y, por primera vez, la línea comenzó a dirigirse hacia la superficie cambiando totalmente mis esquemas y haciendo que, por primera vez durante toda la pelea, me plantease la posibilidad de haber clavado un gran bass.
La incertidumbre no duro más que unos segundos, tiempo tras el cual una enorme boca rompía la superficie del agua y uno de los basses más grandes que he podido ver en mi vida, saltaba a tan sólo un metro de mi posición haciendo que la adrenalina se disparase al máximo puesto que, si capturar un pez de esas dimensiones es el sueño de todo pescador, conseguirlo en el río, donde estos peces son realmente difíciles y escasos, y desde el pato, medio en el que se viven de manera especialmente intensa cada una de las sensaciones que produce la pelea con el pez, hacía su captura algo realmente especial, aunque todavía quedaban los últimos instantes de la batalla, momento en el que tantos grandes peces nos han ganado la batalla dejándonos con la miel en los labios y esa mezcla de sensaciones formada por esas malas vibraciones del sueño casi conseguido y que se escapa de entre los dedos y esas ganas irrefrenables de seguir aprendiendo y mejorando para volver a intentarlo y ganar la revancha.
Como digno adversario el bass jugó sus últimas bazas intentando pasarse por debajo del pato y dirigiéndose hacia la cobertura que estaba a tan solo unos metros, pero en esta ocasión la diosa fortuna estaría de mi parte, me tocó ganar la batalla. El pez ya se encontraba dentro de la sacadera y sus dimensiones eran enormes, a pesar de que no estaba especialmente rechoncho, puesto que en estas fechas las grandes hembras suelen comenzar sus primeros desplazamientos tras el largo invierno en busca de comida.
Por fin llegaba el momento de sacarlo de la sacadera y pesarlo. Tras verlo con detenimiento puedo decir, sin temor a equivocarme, que es el bass mas grande que jamás he visto en directo en España, con unas fauces monstruosas y unas dimensiones espectaculares, una auténtica maravilla de la naturaleza que tuve la fortuna de poder pescar y la captura que más me enorgullece como pescador.
Unas cuantas fotos rápidas para no hacer sufrir al pez más de lo necesario y un par de pesadas, en las que paró la báscula en los 3150 gramos, y de nuevo devuelto al agua para seguir creciendo y volver a hacer disfrutar a otro pescador en un futuro de un momento realmente único.
Tras esta captura tocaba el momento de comer y aprovechar después las últimas horas de la tarde, donde aun podríamos capturar algunos buenos basses más, incluso un enorme bass de 2,500 g conseguido por Iván que redondearon un día de pesca realmente increíble.
Espero que hayáis disfrutado de esta crónica en la que os he intentado transmitir, aunque sea en parte, las sensaciones que pude vivir con la captura de ese gran pez ya que, en mi opinión,estas vivencias y capturas deben ser compartidas con los demás compañeros de afición por si pueden servir de algo y se que conocéis y valoráis como yo estos momentos.
Os la dedico especialmente a vosotros, Iván y Abel, ya que sin los amigos que comparten contigo estas vivencias no tendrían el mismo valor.
Un abrazo a todos compañeros.
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